No temáis pecadores, Dios siempre perdona. Después de cuatro años en la más absoluta ignorancia, los señoritos de traje y corbata relucientes con sus medallas de jueces, decidieron ponerse el mono de trabajo y actuar en razón.

No debería ser noticia, pero lo es: Leo Messi vuelve a ser galardonado como el número uno, con un premio que además de llevar su nombre, debería presentar y recoger él mismo. Por títulos, por goles, por asistencias, por influencia o por méritos que se puedan sacar de debajo de las piedras, el argentino por fin ha hecho abrir los ojos a más de un elocuente del fútbol que no estaba muy convencido de lo que veía, o que saboreaba de forma frustrada una ceguera sin necesidad. Para estos magnates de la opinión ‘salseática’ -término que me acabo de inventar-, y al que defino como “palabras sin sentido que se utilizan para captar atención de forma desesperada”, parecía que jugar 205 partidos, marcar 191 goles y repartir 83 asistencias durante cuatro temporadas, era de lo más normal, y que ganar ocho títulos donde en cada uno de ellos había sido determinante, de lo más común en las estrellas de élite. Sin embargo, se inventaron que lo de ganar un título europeo opacaría cualquier registro propio en lo que se considera un reconocimiento personal.

Pero lo impactante viene ahora. Cómo es posible que el quinto mejor jugador del mundo para la FIFA en 2018, sea capaz de subir cuatro escalones de un año para otro habiendo ganado menos colectivamente –únicamente liga- y lo mismo individualmente –bota de oro-. Cómo es posible que ese hombre, que tras ser burlado dantescamente por organizadores y representantes de medios internacionales participantes en las votaciones, vuelva a acudir a una gala donde se aprovechan de su imagen y prestigio para lavar la credibilidad a la inexistencia de objetividad. Porque ya no pueden más, no pueden seguir siendo esclavos de la mentira más grande de este deporte. Ahí estaba él, con una sonrisa de oreja a oreja, con su familia, con sus hijos, con compañeros y rivales que siempre le han reconocido verdaderamente como lo que es, el The Best, mientras algunos rezagados de la superación y desvirtuados por sus declaraciones sin sentido, amenizaban el tiempo escondiéndose en casa para fantasear con lo más brillante que iban a ver esa noche, la pantalla de la televisión.

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El Benito Villamarín rendido a los pies de Leo Messi. Fuente: Getty

Leo Messi dejó en evidencia a los que no supieron valorarle, a los que le dejan atrás en su top mundial, pero luego le ponen buena cara en las portadas de los trofeos de periódicos nacionales, donde no tienen más remedio que tragar porque los números no se pueden manipular. Leo Messi volvió tarde, pero lo hizo a tiempo para seguir demostrando la diferencia que le hace destacar sobre el resto de mortales, para seguir haciendo soñar a todo aficionado con sentido común, haciéndonos disfrutar el pastel que se le atragantan a muchos cuando saben que sin otorgarles reconocimientos, hay unanimidad en el trono. Y es por esto que los fieles sentimos más este tipo de honores, porque al mismo tiempo que besan arrodillados y arrepentidos la mano de Dios, se hace justicia divina y poética, o lo que se suele denominar como el más puro placer de la rendición.