Lo de Anfield todavía sigue en el recuerdo. Aquellos errores de Jordi Alba, aquel Rakitic desorientado, aquel Busquets mermado físicamente, aquel Coutinho psicológicamente bloqueado, y aquel Sergi Roberto que, para muchos, aún sigue viviendo del gol al PSG en la épica remontada de 2017, aunque por encima de todo, la poca capacidad de reacción de Ernesto Valverde una vez más.

Casi dos meses después, aún se siguen buscando culpables de la mayor debacle de la historia del club (segunda consecutiva), y el barcelonismo, sin perder el tiempo, ya empezó el mercado de fichajes esa misma noche. A todos se nos pasó por la cabeza vender el equipo al completo, y si hubiera excepciones, sólo Ter Stegen, Messi y Arturo Vidal se mantendrían en un once inicial que alcanza casi los 30 años de media, y que necesita un rejuvenecimiento urgente para poder seguir compitiendo al máximo nivel. A partir de ahí, reconstruir un equipo a base de talonario, o bien a base de necesidad futbolística, dependiendo de si quieres seguir siendo fiel a tu idea histórica de talento propio que tanto pregonas, o de si quieres ser recordado como el Madrid de los galácticos, por nombres. No hay mejor ejemplo que este último para describir nuestra realidad. La guinda podrida del pastel nos la encontramos en la final de Copa del Rey ante el Valencia, aunque ya sin apenas dolor que sufrir y asumiendo este trágico final de temporada, sólo quedaba confiar en el paso de un tiempo que, según el refrán, todo lo cura.

 Analizando lo que ha dado de sí este fracaso deportivo, la ilusión pasa por las calabazas de jóvenes promesas que nos regalaron un hilo de esperanza este verano, diseños de camisetas que espantan hasta al Avi del Barça, ventas inadmisibles y mal valoradas para presentar una chapuza de balance, y fichaje+retorno de jugadores que nos usaron para dar visitas a su propio documental o que aún nos tiene denunciados. Con Griezmann a punto y Neymar suplicando volver, conviene recordar que hace exactamente dos años se invirtió más de 300M€ en Coutinho y Dembélé, los mismos que hoy aparecen en la rampa de salida, y es que cada vez más se confirma la teoría de que los dirigentes parecen niños con el modo carrera del FIFA en plena acción, intercambiando cromos como si la identidad, el orgullo, el honor y la dignidad del club no existieran. Mientras, en un mundo paralelo, el rey a sus 32 años recién cumplidos, sigue dando la cara por su país como lo lleva haciendo los últimos diez años por el club de su vida. Suena a tópico, pero otro año más sin brillar en Europa no se puede permitir.

 El Barça tiene muchísimo trabajo por delante. Hola Julio, que comience la fiesta.