De niño, los veranos terminaban al comenzar septiembre. Es cierto que aún quedaban unos días antes de volver a las clases, pero en vez de disfrutarlos me mentalizaba de lo que vendría. Lo peor era la tradicional visita al Abacus, a por el material del curso siguiente. Allí ya no había dónde esconderse: el verano tardaría nueve meses en volver. El Gamper lo vivo con una sensación parecida. Es un amistoso, es cierto, pero marca el final de la pretemporada, a la vez que te deja a las puertas del inicio de liga. Por eso ha sido imposible dormir sin sobresaltos esta noche, después de las malas sensaciones ante el Mónaco. Paciencia, me digo. Las notas se ponen en julio.
Flick llegó con tres promesas: un fútbol más agresivo con balón, hacer disfrutar al aficionado y mejorar en el apartado físico. Y lo cierto es que ante el Mónaco no se cumplió ninguna de las tres premisas. La más preocupante fue la tercera de ellas: a los futbolistas, especialmente al equipo titular, se les veía agotados, tras una pretemporada muy exigente. El sábado, la hora de la verdad.
Lamine Yamal. Él pasó por encima de todo lo demás. Levantó a la grada con su entrada, adormilada desde el inicio del encuentro, y fue el futbolista más aclamado en la presentación. Lo opacó todo. El mal juego, los pitos a Frenkie, incluso la tibia presentación de Olmo. También el primer gol del Mónaco, que medio estadio se lo perdió (servidor incluido), porque había salido a calentar. Ya desprende grandeza. Lamine Yamal.