Con un triplete caído del cielo, Bartomeu se adueñaba de la butaca maestra del Camp Nou. Como socios, antiguos directivos y conocedores del club – o eso llegaban a decir- los señores de las antípodas se las prometían muy felices: “Trabajaremos con rigor y sudaremos la camiseta”. Algo parecido a lo que, cinco años antes, decía el antecesor, la otra joya de la corona: “Seré el president de tots els barcelonistes, no us fallaré”. Así comenzaba el idilio con fracaso, con las mentiras, con la destrucción histórica, con los continuos agujeros negros que fueron manchando cada ápice de barcelonismo. Heredaron un legado único y lo convirtieron en cenizas. Ahora, toca renacer.

En 2010, un club de fútbol dominaba el mundo entero. Ejemplo por su filosofía, por su involucración en el crecimiento y desarrollo personal de los más jóvenes, pero por encima de todo, por un reflejo innegociable de valores para competir. A lo largo de la historia del Barça se han visto numerosos acontecimientos hasta llegar al éxito. No fue hasta 1992 cuando, con un fútbol magestuoso, Europa se teñiría de azulgrana. Por aquel entonces, la sintonía era magnífica. Los jugadores creían en la palabra de un entrenador que gobernaba su idea, a la vez que se convertía en competencia directa del presidente, el único y primer mando.

Decía Piqué en su última entrevista que “Si los jugadores hemos tenido poder, es porque otros no han querido ejercerlo”. Precisamente eso es lo que a una directiva se le pide, porque trabajan en representación de miles de socios para que se gobierne de forma correcta, en lo deportivo, económico, social y político. Josep María Bartomeu era el reflejo de todo lo contrario a ello: poca transparencia, improvisación y despilfarro en materia de fichajes, y frustración incluso con sus propios trabajadores, los que, si recuerdan, le dieron la victoria de unas elecciones en las que meses antes no tenía opciones. Y así se lo agradece, siempre escondiéndose.

Pero todo esto viene de antes, no sólo el protagonista es Bartomeu. El catalán era un peón más de la cuadra que ha utilizado el nombre del Fútbol Club Barcelona para sacar rédito personal, lo que viene a ser, colgarse la medallita. Y como saben, la avaricia rompe el saco: la dimisión les llevó por delante. Es lo que tiene maquillar resultados para cuadrar cuentas, enjuiciar un corazón social, o fichar sin criterio alguno, sin valorar opciones de mercado, sin ajustarse a las necesidades. Cuando haces dudar al mejor de la historia, patrimonio de tu club, es que algo estás haciendo muy mal. Y no sólo es lo deportivo, pues ahí se puede equivocar cualquier humano. El error es ser consciente del problema y no solucionarlo.

Roma, Liverpool y Lisboa. El culmen a un fracaso anunciado. Sin renunciar, sin hacer autocrítica de las gestiones, sin asumir responsabilidades. Siempre eran secretarios técnicos, vicepresidentes o asesores contratados sin finalidad alguna, como Ariedo Braida. Siempre eran los jugadores, a los que, por cierto, fichaba el presidente, y también se les renovaba y asignaba salarios desorbitados. Siempre eran los entrenadores, que incluso hasta el último día, funcionaron de escudo protector contra ataques a la institución, sin tener respaldo alguno.

Pero lo que más me llamó la atención fue el discurso de la democracia, el estandarte que florecía día a día dentro de las oficinas del Camp Nou, y que se defendía con uñas y dientes. Subieron más de 10.000 firmas el tope para validar una moción de censura, y pensando que jamás llegarían, se doblegaron. En plena pandemia mundial, sin partidos ni público de por medio, con todas las condiciones en contra. Los socios más profundos hablaban de desestabilidad. No había motivos, decían. No era suficiente con pisotear y arrastrar el escudo por toda Europa hasta ser el hazmerreír de los que antes nos respetaban. Por suerte, los que querían salvar de verdad al Barça, no se rindieron. Ni con la prensa en contra, ni con denuncias a la Guardia Civil, ni con presiones a la Generalitat.

A día 28 de octubre de 2020, por fin se escucha tranquilidad. El Cruyffismo recupera su sitio. Emblemas como Carles Puyol, Xavi Hernández, Pep Guardiola, Víctor Valdés, e incluso de otras secciones como Enric Masip, Victor Tomás o Juan Carlos Navarro, suenan para revitalizar cada pilar de la historia azulgrana, la misma que ellos forjaron con tanto corazón. Ahora nos esperan meses de análisis y de información acerca del camino que debe retomar nuestro club, y todo dependerá, democráticamente, del derecho del socio. Piensen, voten, y si tienen que pedir responsabilidades, háganlo. Pero algo sí les exigiré: elijan lo correcto para que no volvamos a vivir esta pesadilla.