2009 fue para el Barça un año inolvidable. Seis títulos de seis con un fútbol atractivo y moderno, filosofía ganadora y romántica, y un espíritu competitivo inigualable en la historia reciente. Pep Guardiola convirtió a su equipo en un arma de matar perfecta, despellejando las mejores cualidades de sus hombres, y potenciándolas hasta hacerlas brillar incluso en las noches más oscuras.
Xavi Hernández, el discípulo, fue guía y cerebro de su idea. Con Rijkaard, el de Terrassa no terminaba de explotar su juego y dotes más especiales, e incluso llegó, por un momento, a plantearse marchar del club de su vida. Pero el nuevo entrenador, con el que ya compartió vestuario, marcó el camino con un fin claro: éxito a través del balón. Último pase, superación de líneas, giro sobre la misma posición, equilibrio y sutil disparo. El ‘6’ del Barça era el timón de un barco comandando por otros dos capitanes: Iniesta y Messi. Cada partido era un auténtico show, con triangulaciones infinitas y posesiones que asustaban; una superioridad abrumadora. Con 130 asistencias en sus más de 15 años y 767 partidos de azulgrana, uno de ellos fue el que originó un antes y un después no solo en su carrera, sino en la mentalidad de la institución.
El 2 de mayo de 2009, Madrid y Barça se verían las caras en el Bernabéu en plena lucha por el campeonato liguero. Primera vez que Pep apostaba por el ‘falso 9’, dándole más libertad a Messi por el centro y atreviéndose con Henry y Eto´o por las bandas. En la media, Xavi acompañaba a Yaya Touré y Andrés Iniesta. Nada más y nada menos que cuatro asistencias brindaría el catalán en el jardín merengue, una hazaña jamás vista por un jugador en un clásico, y sin apenas despeinarse.
De falta, recuperación tras presión, balón en profundidad, e incluso jugueteando con los rivales como si de alevines se tratasen. Lass Diarra aún sigue teniendo pesadillas con aquella actuación, que elevó al Barça al Olimpo de los Dioses y hundió al Madrid en el más profundo de los infiernos. Los madridistas no olvidan la que sin duda fue la ‘noche de las bestias’, y donde esos locos bajitos arrasaron sin piedad con los que se autodenominan como gigantes del fútbol español.