Jornada tras jornada, un aura de responsabilidad va cogiendo cada vez más fuerza. El Barcelona percibe que la presión por no fallar en cada encuentro se va acentuando conforme el campeonato doméstico avanza su curso. No hay partido que caiga en saco roto, todos residen vitales. Como la previa a El Clásico con la visita al feudo bilbaíno. San Mamés, siempre es un hueso duro de roer que no suele ser nada agradable. Menos todavía, con la reciente polémica del caso Negreira y la indignación de los aficionados del Athletic Club. 

Con un toma y daca constante, ambos equipos han comenzado un partido más propio de otra Liga. Idas y vueltas, balones en largo y posesiones efímeras. La presión de los de Ernesto Valverde en campo contrario asfixió la salida de balón de los de Xavi y complicó la primera parte hasta prácticamente su final. Dejó el Athletic Club entrever que durante los primeros minutos el Barcelona iba a sufrir la banda de Nico Williams. Con Sergi Roberto de la partida, Jules Koundé era el nombre para paliar la velocidad y desborde de su rival.

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Lucharían los once jugadores de cada club por hacerse con la ventaja del partido. El Barcelona golpearía primero con un pase filtrado de Frenkie De Jong, que no fructificó con Lewandowski, porque se le fue el control largo. Continuó incidiendo el centrocampista neerlandés con un centro al segundo palo que se envenenó más de lo previsto para Agirrezabala. Y contratacaron los leones con dos muy claras. Un reverso y chut de Iñaki Williams, que evitó Ter Stegen; y, seguidamente, el córner provocado, que remató Raúl García con un testarazo al larguero.

Volvió a echar de menos Xavi a Pedri en el juego interior. Raphinha fue una de las soluciones ante el problema de esa zona y facilitó las conexiones con sus compañeros. Precisamente, el brasileño fue el desatascador del equipo. Envió Sergio Busquets un rayo de esperanza a un Raphinha que controló orientado y fusiló al guardameta rojiblanco, con su pierna menos habitual. La ventaja a un minuto del descanso dictó sentencia al túnel de vestuarios.

Demostró Alejandro Balde que su pasión inaudita le permite llegar allí donde Jordi Alba ya no puede. Pegado a la línea de cal y llegando en profundidad, era capaz de sacar un centro para Lewandowski sin que este encontrara mayor suerte. El lateral izquierdo firma su consolidación y maduración en cada encuentro en el que Xavi le deposita su confianza. El retorno siempre le suele ser beneficioso, como uno de los que más genera en ataque. El polaco, sin embargo, desde su vuelta del Mundial, le está costando asociarse con el gol. Fallos que antes transformaba en situaciones provechosas o incluso en gol.

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Las victorias por la mínima en muchos casos hacen ver las virtudes de un equipo campeón que saca aquellos partidos que parecen imposibles de desatascar. Los últimos minutos, sin embargo, suelen ser una montaña rusa de emociones para el Barcelona. Berenguer tenía que decir la suya con una transición que acabaría con un balón estrellado en el palo. Luego Muniain, con su calidad, ponía un balón al palo largo que Ter Stegen rechazaría.

Con San Mamés rugiendo y la tensión del final del partido, el Athletic Club buscaba esa pugna por el gol del empate. Estuvo cerca con el gol que Gil Manzanó anuló a Iñaki Williams por una mano previa de Muniain. La olla a presión de los aficionados implicó que volvieran a llover los billetes del caso Negreira en La Catedral, pero no habría nada más que hacer, porque ni un gol cantado y salvado bajo palos iba a dar la posibilidad de poner el empate para los locales. 

El Barcelona respira aliviado y sigue venciendo. Encara El Clásico mantiendo el colchón de distancia y con la posibilidad de sentenciar La Liga con un martillo de doce puntos.