Hoy no hay división. No hay directiva, jugadores o entrenadores que nos puedan hacer dudar de absolutamente nada. Hoy durante 90 minutos seremos uno. Un escudo, unos colores, una afición, una filosofía, una historia, una forma de entender el fútbol. La reputación, el prestigio y el honor: el triplete que debe lucir el Barça sobre tierras Lisboetas.

Siempre hay fuerzas para una más. Siempre nos quedará París, Roma, Wembley o Berlín, pero siempre querremos una más. Excepto las pesadillas, que a día de hoy tratamos de olvidar. Recordar es un motivo para volver a ser, y para no condenar un pasado que por desgracia nos perseguirá. Tocamos cielo e infierno, brillamos en la oscuridad. Con un balón en los pies fuimos capaces de convertir el deporte rey en lo más parecido a la quinta sinfonía de Beethoven que se recuerda, pero también sin el cuero, nos hundimos como el Titanic.

Hoy se necesita algo más que orgullo, fe y pundonor. Hoy debe primar el trabajo en equipo para que el capitán del barco sea capaz de atracar a buen puerto. Coordinación, perseverancia y compromiso. En la portería, en la zaga, en la medular, en ataque, y en los banquillos. Hoy es de esos días que, como futbolista sueñas con jugar, y como aficionado, marcas en el calendario para disfrutar. Nervios y emoción hasta el pitido final. Te olvidas de lo que te rodea, sólo deseas presenciar una noche única, como nunca antes la habías vivido.

De nada sirve el camino que trazaste si ahora no das la cara. Perdonaremos que no acierten, pero jamás perdonaremos que no se esfuercen. Setién, De Jong, Griezmann y compañía: para este cumplido llegaron, para elevar a la máxima potencia la vitalidad de un club que por momentos se desmorona, para demostrar que por muchas palabras que se puedan decir, la verdad se demuestra en el campo. Hoy, más que nunca… seny, pit i collons.