El partido de ayer dejó muchas lecturas: algunas positivas, otras preocupantes. La fiabilidad defensiva es ya un hecho después de tres porterías seguidas a cero, pero la actuación culé, futbolísticamente hablando, volvió a ser deficiente. Bueno, y lo de Lamine Yamal, que hizo explotar de alegría a Montjuic de una forma que solo está al alcance de los genios.
Quedan lejos aquellos tiempos en los que había rivales difíciles o fáciles. Que al Barça actual se le atraganten partidos ante equipos de menos categoría forma parte de la nueva realidad del club. Y el Mallorca fue un ejemplo de ello. Los de Aguirre, enrachados, salieron a plantarle cara al conjunto de Xavi, al que le costó horrores activar a sus centrocampistas. Con Gündogan como único perfil de gestor de balón, los blaugranas quedaron a merced de Félix y Raphinha, poco inspirados. Hasta que el brasileño se lesionó.
Entro Fermín, Gündogan jugó más liberado y Lamine comenzó a crecer en el partido. Comenzaba a cocerse un momento que los culés tardarán en olvidar. Salió Roque y los de Xavi pusieron la directa. Entonces, Lamine inició su característica conducción desde la banda derecha, perfilándose para el golpeo con su pierna zurda. Se paró el tiempo. La grada se levantó y, mientras el balón dibujaba una parábola perfecta desde las botas del canterano a la escuadra, en sus caras se dibujaba una sonrisa. No era la primera vez que veían aquello. Yamal emuló a Messi para resolver el partido con un gesto técnico solo al alcance de los genios. «Pinta para rata», sentenció Aguirre.