Más concentración, más precisión, más espíritu competitivo. Diferencias. Los dos tripletes adornados en nuestras vitrinas, brillan gracias a esa competición que, dependiendo del resultado final, es importante o no. Para el Barça, máximo rey de Copas con treinta, siempre fue un torneo especial. Aun eliminados, la decepción sigue vigente, porque si algo aprendimos es que si se quiere mantener el prestigio nacional y europeo, no hay que dejar de lado ningún título. San Mamés fue testigo de personalidad, estilo, errores, y por encima de todo, orgullo.
En el fútbol sólo valen los resultados; en el Barça, no. Setién convenció a diestro y siniestro con su discurso: ganar o perder, pero jugando bien. Antes de viajar a Bilbao se nos venían muchos recuerdos a la cabeza que nos hacían temblar, desde Múnich con Tito, hasta el Calderón con el Tata y Luis Enrique, pasando por Roma, Anfield, o Sevilla, en la última final de Copa. Conforme ha ido avanzando la temporada, la sensación era de que fuera de casa nos hacíamos diminutos fuese cual fuese el rival, de que nos encerraban atrás y apenas teníamos garra en ataque, aunque se alinease al once de gala y Messi viniera de hacer diez goles la jornada anterior. Motivos teníamos para estar más que atemorizados a una posible hecatombe de la que ya hemos sido partícipes, sin ir más lejos, en la última Supercopa de España. Pero si algo se le echaba de menos a este equipo es la competitividad, las ganas por pasar de ronda jugando bien, y la fortaleza psicológica para no desmoronarse ante las adversidades, lesiones, o crisis institucionales.
Si nos dicen que el Barça iba a pelear en Roma y Anfield como peleó en ‘La Catedral’, quizás Valverde aún seguiría en el cargo. Sin ser un fútbol de otro planeta, se volvieron a ver conceptos que parecían olvidados, y que nos siguen dando un último hilo de esperanza para seguir en el barco. A estas alturas, poco más nos va a sorprender. Plantilla corta, nula planificación, plaga de lesiones y futbolistas que no dan el nivel que se requiere para arrasar cada partido. El conformismo y resultadismo se apoderó de una afición –y diría que plantilla- acostumbrada a disfrutar, y ahora, envueltos en una nostalgia rompecorazones, no queda otra que agarrarse a la esencia que nunca se debió perder.
Queda Liga y Champions. Queda ir a Nápoles, al Bernabéu, a Vigo, a Sevilla. Queda dar la cara, seguir puliendo detalles, aguantar chaparrones y demostrar que no todo está perdido. Queda perder y tomar como buena la derrota para no volver a errar. Al culé se le convence con hechos, no con palabras, y caer en la orilla, a veces es más que una victoria camuflada por el resultado. Por eso, y como ejemplo más claro, se ganaron títulos como la Champions de Wembley tras el dolor de las semifinales contra el Inter de Mourinho. La gloria acaba saboreándose más después de buscarla sin descanso.