31 de diciembre. Ha llegado ese día de recuerdos. Te paras pensar y joder, ya has vivido otro año más, pero no uno cualquiera. Dos mil diecinueve, final de la década. Empezamos con Messi y acabamos con Messi, por suerte. Siempre con salud, que es lo importante. Y terminamos, también, con veintitrés títulos más a la espalda, un entrenador que no desiste de sus capacidades, y un vestuario cómplice del silencio que batalla contra el modelo que no quiere renacer. No todos pueden presumir de nuestra historia, aunque tengo la sensación de que el barcelonismo quiere hacer borrón y cuenta nueva, pero no a cualquier precio.

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Presentación del equipo 2019/20. Fuente: FCB

El mercado invernal abrió sus puertas a lo grande. Muchos os acordaréis de la escapada relámpago de la expedición del Barça a Holanda para cerrar a Frenkie De Jong, y otros, sin embargo, se acordarán de las inauditas incorporaciones de Boateng o Murillo, al nivel de Faubert al Madrid de Juande Ramos. Qué buena pinta tenía enero cuando aún teníamos margen de mejora, como ahora, pero sin haber hecho el ridículo por segunda vez consecutiva en Europa, aunque Nápoles no haya dicho la última palabra. De resultados hemos vivido todo el año, y el reflejo más evidente fue las semifinales de Copa del Rey contra los de la capital. Os diría que no me duele decirlo, pero creo que a vosotros os pasa lo mismo. Fue un amargo aperitivo de lo que sería la ida contra el Liverpool, con la peculiaridad de que los ingleses no contaban con Vinicius y Solari en sus filas. Ese 0-3 en el Bernabéu estuvo genial, sí. No tanto como la falta de autocrítica que acabó en el hostiazo del siglo. Nos pudimos haber llevado un carro, pero por suerte, acabamos paseándonos por la Castellana, un año más.

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Presentación de Boateng. Fuente: FCB

Siguiendo la estela de las victorias por inercia, hasta a mí me picó el gusanillo: me veía con la triple corona. Qué ingenuo yo, siendo consciente de lo que estaba viviendo. Incluso compré la entrada para la final de Sevilla contra el Valencia. Era todo tan bonito que me animé a celebrar la renovación de Valverde por un año más. Bueno no, eso no. Y matadme si en algún momento lo hago, por favor. Viendo la luz al final del túnel, y mientras nos callaban con resultados, ‘el grupo de amigos’, que genera amor y odio a partes iguales, tramaba la estampida final. Ya se iba notando que las piezas del puzzle no encajaban ni a la de tres. Suárez tenía que operarse para llegar a la Copa América; Piqué, el que empezó como un tiro, compraba equipos de tercera; Rakitic, planeaba un ‘roneito’ a la feria de Sevilla. Y yo, que siempre fui muy de Coutinho y Dembélé, tampoco lo veía claro. Ni repartiéndose titularidades. 

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Celebración del título de Liga 2018/19. Fuente: FCB

Menos mal que estaban los dos de siempre, el rubio de la portería y el enano de los goles, amantes de la ciudad y de nuestros colores. Pilares de nuestro orgullo, hechiceros de nuestras ilusiones. Y también humanos. Los protagonistas de una liga más, la octava de las últimas once, una verdadera locura que seguramente hasta que no dejemos de ganarlas, no las valoraremos como se merecen. Con el primer trofeo en el bolsillo, estuve contando los días para volver a lucir la camiseta por la calle hasta llegar a la eliminatoria innombrable. Ya sabéis de cuál hablo. Los que vestían de rojo y corrían como si no hubiese un mañana, con una presión que daba miedo, y aun creyendo en la suerte, ni un resultado pintado en color  dorado era mejor que el de la ida. Cada noche me sigo acordando de la falta de Messi que desperdiciamos, la mejor que vi en mis 22 años de vida. El puto tiro perfecto. Y saber que no sirvió de nada es más duro que recibir una puñalada por la espalda. O un millón, sin exagerar.

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Decepción en Anfield. Fuente: Getty

Pero llegó verano, y con él, Neymar, Neymar Pai, Neymar Sister, Neymar Toiss, Neymar enfadado, Neymar reivindicativo, y Neymar el denunciante. Ahí estaba el caballero, pero el Don Dinero. Que quería rebajarse el sueldo, pero cobrar la prima de una renovación que no cumplió. Y pese a la pérdida de dignidad infinita, al fin algo se hizo bien. Ahora la duda era si Frenkie le quitaría el puesto a Rakitic, si Griezmann encajaría en el sistema, si Junior valía para el lateral… y si hacíamos bien en pulir el descubrimiento de Ansu Fati. ¿De verdad algunos siguen pensando que era necesario Neymar? Era la excusa perfecta que tapaba el ridículo de Anfield y las críticas al Txingurri. El tiempo puso a cada uno en su lugar. Apostar por jóvenes, por jugadores comprometidos, aunque esos que tan buenos parecen como Riqui o Carles Aleñá no cuajen, por la intacta ambición del ‘diez’ en volver a coronarse como dueño del trono mundial… y la preocupación de lo mismo con lo que comenzamos el año. Un margen de mejora que aún no ha llegado, un fútbol que ni por asomo trae el prestigio del que presumíamos, y una improvisación de la que espero no acordarnos en unos meses. 

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Ansu Fati marcando su primer gol en el Camp Nou. Fuente: MD

Hoy, 31 de diciembre, sumo la experiencia de vivir éxitos y fracasos de la mano del equipo de mi vida. Y una cosa te digo, 2020: podrás llegar con tormentas peores, podrás intentar acabar con mis ganas de seguir viendo a estos chavales darle patadas a un balón, pero que sepas que de aquí no me muevo. Fins la mort.