Los jugadores blaugranas se presentaron al campo del Camp Nou habiendo visto, minutos antes, cómo la derrota incontestable del Viktoria Plzen ante el Inter de Milán los dejaba matemáticamente eliminados de la Champions League.

Enfrente, el todopoderoso Bayern. El coco, el hombre del saco. Y en juego, solamente el orgullo de portar el escudo del Barça en el pecho, una insignia que varios jugadores dejaron de merecer hace tiempo. Estando todo decidido, no había más presión que la de contentar a aquellos que nunca te abandonan. Solo debían salir a comerse a unos alemanes que tienen como “hobby” humillarles en redes sociales, una victoria que hubiese supuesto un puñetazo de cabeza y un alzamiento de mentón de cara a lo que toca ahora, ganar la Europa League. Porque esto es el Barça, y se ha de hacer respetar siempre.

Ese hubiese sido el escenario lógico y consecuente. Sin embargo, decidieron salir dubitativos, cabizbajos, con un complejo de inferioridad que provocó el primer gol del Bayern en el temprano minuto 9, obra de un Sadio Mané que ganó la espalda a Bellerín como si estuviera en el patio del colegio. Con escasa capacidad de reacción y sin sensación de peligro en el ataque, el juego prosiguió lánguidamente hasta que cayó el segundo a la media hora de partido, de las botas de Choupo-Moting en un mano a mano con Ter Stegen.

Xavi, hundido. Fuente: Getty Images

El Bayern no tuvo ni que sudar la camiseta para anotar dos tantos en las dos únicas jugadas que tuvo en los primeros 30 minutos. Mientras tanto, los culés no habían chutado ni una sola vez a puerta en toda la primera parte, pese a tener el dominio del balón. Inaceptable.

Al filo del descanso, De Ligt hizo una entrada a Lewandowski dentro del área que le granjeó la amarilla y que se pitase penalti, para después ser anulado por el árbitro al comprobar el VAR. Polémicas y consideraciones a un lado, los jugadores deberían saber que la UEFA no es misericordiosa. Nunca lo ha sido con ellos.  

Lewandowski fue continuamente perseguido por sus antiguos compañeros. Fuente: Getty Images

Y al comenzar la segunda parte, la segunda entrega de una película de la que parecía ya haberse visto el final en incontables ocasiones. Gnabry marcaba el tercero de la vergüenza en el 54, anulado por fuera de juego para alivio del estadio. Con los cambios de Xavi (Pedri y Busquets por Raphinha y Ferran, Dembélé por Ansu, Lewandowski por Pablo Torre) no varió mucho la trama.

Ansu Fati, el 10 del Barça, era el único que parecía saber dónde se encontraba la portería contraria y probó suerte al fin con un tímido chute que se estrellaba en un lateral de la portería. La suerte es para los valientes, Ansu. ¡Por Dios, sigue insistiendo siempre!

Con el descuento llegó el tercero, ahora sí, y en el pitido final de nuevo el pensamiento: al fin y al cabo, no había nada en juego. Así que lo peor no es el resultado, es la inoperancia. La impotencia. Quizá sean los culés de corazón, personas como tú y como yo, los que tengan que saltar al ruedo y pelear con uñas y dientes para que este escudo vuelva a ser respetado en el mundo del fútbol. Mientras tanto, toca decir adiós a esta competición tan bonita.