El periodo de transición del Barça es uno de los más complicados del mundo. Siempre se tiene que buscar la fórmula idónea para complementar a los mejores jugadores del panorama futbolístico, con promesas dispuestas a serlo, sin despreciar a los que ya lo fueron. En Las Palmas de Gran Canaria había un chico que tenía como meta disfrutar algún día del Camp Nou, ya fuese como aficionado o jugador, y sin embargo, ahora es el que lo adorna de magia y corazón.

Con tan solo 18 años, Pedri tiene enamorado a la parroquia azulgrana. Tras años de polémicas, despilfarros en fichajes, desperdicio de oportunidades con jóvenes talentos mientras el eterno rival se adelantaba en dichas negociaciones, u observar el misterioso bucle de no darle minutos a los canteranos, por fin aparece alguien capaz de devolver la esperanza e ilusión que se merece el barcelonismo. No es solo su juego, es la manera de comportarse dentro y fuera del terreno de juego; alguien con quien sentirse identificado. Es la vitalidad y energía con la que lucha cada balón, y la elegancia y técnica con la que lo acaricia. Es el último aliento para defender y el último pase para marcar. Es la fantasía privilegiada que muchos sueñan, y que él representa con honor.

Siendo consciente de la presión y de la competencia desde que llegó a la Ciudad Condal, Pedri se ha olvidado del miedo. Quizás sea por lo que impone la presencia de público, o puede que también porque sabe aprovechar las debilidades de su “competencia” dentro del vestuario, siempre sana. En Turín se presentó al mundo entero, ante Real Madrid y Atleti avisó a lo que venía, y contra el líder de la Liga mandó un mensaje claro: “Mi barcelonismo no se discute”. Salvar un balón jugándose la integridad física que prácticamente se colaba dentro de las mallas, a muchos defensas ni se les pasa por la mente.

El futuro más presente que nunca trata de encajar en el puzle a dos piezas destinadas a traer los mejores éxitos de los últimos tiempos: Pedri y Ansu Fati. A la espera de darle cuerda a Riqui Puig para que se sume, a Sergiño Dest, Konrad, De Jong, Mingueza y Araujo. Todos comandado por el capitán Leo Messi, que ahora sí, en momentos de duda, está siendo rodeado de peloteros que merecen la pena. Y puede que eso le haga cambiar de opinión respecto a su futuro, pero lo que está claro es que, sin él, los jóvenes también pueden valerse por sí mismos.