Desde el clásico en el que el Barça despidió de forma definitiva la liga, los partidos no solo se disputan en el terreno de juego, también se juegan en la grada. Los aficionados le cantaron a Vitor Roque tras las polémicas de su posible salida, mientras otros ovacionaban a Lewandowski cuando dejó el terreno de juego. La grada de animación entonó el «Barça sí, Laporta no», entre silbidos tímidos de quienes no estaban de acuerdo. Como cuando se escucharon cánticos para Xavi Hernández: también hubo réplica por parte de quienes no lo compartían.

El barcelonismo vive dividido y el club no se lo pone fácil. El «perder tendrá consecuencias» ha terminado con la renovación de Xavi. La «apuesta estratégica» de Vitor Roque puede desencadenar en una venta después de adelantar su llegada en invierno. Para el entrenador, el equipo está en construcción. Para el presidente, el club necesita recuperar su prestigio. El club ha perdido la coherencia por completo.

Las victorias alivian. El gol de Lamine Yamal y la buena actuación de Raphinha dan algo de oxígeno a un Barça que ha recuperado el segundo puesto y que depende de sí mismo para disputar la Supercopa de España, con lo que ello conlleva. Pero las luces siguen sin enfocar al terreno de juego. Fuera del verde, se juega otro partido, cada vez más complejo. Y el Barça lo está perdiendo.