Y en tiempos de cuarentena, todo cambió. Costumbres que se perdieron, contactos que dejaron de fluir, planes que aún siguen viajando en el tiempo y sin ver el día de llegada. No nos quitan lo nuestro, somos nosotros mismos los que inútilmente hemos arrancado algo que costó conseguir: libertad. Ahora todos son lamentos, pero… ¿os acordáis cuando éramos felices?

Por si la cosa no podía empeorar esta temporada, ahí estaba el «bicho» innombrable para recordar que también necesitábamos un respiro, aunque quizás no tan largo. Los amantes de gremio, fustigados por la nulidad completa de nuestra pasión, estamos en cuarentena de nostalgia. Tenemos que recurrir a películas, series, libros, pero los más listos de la clase ya vamos adoptando nuestro ‘entrenador’ del futuro. Hemos adelantado la planificación de fichajes sin haber terminado la temporada, hemos decidido campeonatos faltando aún por disputarse más de diez partidos, y todo ello sin pensar que los protagonistas del balón también son personas, que tendrán sus bajones, y que lo más probable es que volverán como si les tocara empezar una pretemporada: fuera de forma, con unos kilos de más, y con más responsabilidad de devolvernos en pocas semanas todo lo que nos hemos perdido durante meses. Tendremos que ahorrarnos la crueldad interior por aceptar la mísera realidad, con lo que nos gusta hablar de más.

No éramos conscientes cuando criticábamos hasta al profesional que ponía el papel higiénico en los servicios del Camp Nou, cuando esto iba a ser lo más redondo que veríamos en nuestras casas. No éramos conscientes cuando criticábamos las decisiones de Valverde o Setién porque su once no nos convencía, cuando Umtiti o Rakitic nos desesperaban con sus errores, cuando una nueva lesión de Dembélé frustraba más que fallar un gol a puerta vacía, o simplemente cuando seguíamos sin encontrar la fórmula del buen juego. No éramos conscientes de lo que suponía sufrir por un Clásico, cuando ahí mismo tenías las respuestas a lo que nos ha llevado la situación actual. Egoísmo y dejadez. “Mañana será otro día”, decíamos para todo. Echo de menos ver a mis jugadores, aunque me saquen de quicio, así como apreciar detalles de salir a disfrutar de un café en una terraza. Pero también echo de menos ver gente enfadada, decepcionada con Griezmann o De Jong, tranquilas por tener a Ter Stegen en la portería; gente que no le veía futuro a la temporada con esta crisis institucional que nos absorbió en enero. Echo de menos celebrar, abrazar por un gol, picarme con el rival, y en definitiva, mi rutina y la de muchos de los aquí presentes. Ahora, sólo nos queda ver llover sobre mojado.

A veces, valorar el mínimo detalle, cuesta. Que este intervalo sirva para unir, y no para alejar. Ideas, pensamientos, acciones, y reflexiones. Que a nadie le quite la ilusión criticar, aconsejar, apoyar, dar su opinión, meterse en el papel de director deportivo, o prepararse mentalmente para cuando llegue la vuelta de Champions contra el Nápoles. Que la gente experimente ahora lo que es pasar toda la tarde en el sofá de casa sin tener nada que decir de la jornada de fútbol, sin tener que agradecerle a estos muchachos lo que nos aportan incluso hasta cuando lo hacen de forma negativa. Recordad que en tiempos de guerra, poco se podía hacer, pero echarle mano a los recuerdos era la necesidad imprescindible que ayudaba en ese último aliento de lucha. Quizás no hayamos hecho nada para merecer esto, o quizás sea un castigo justificado por el maltrato humano a la naturaleza, pero todo tiene su por qué, y todo pasa. Siempre habrá quienes estén peor, quienes desde su puesto de trabajo ejerzan de superhéroes, quienes sacrifiquen su vida para que volvamos a recuperar todo aquello que nos hacía afortunados. Por ellos, contribuyamos, porque éramos felices y no lo sabíamos.