Desde hace una década llevo pensando que tener a Messi era una ventaja insuperable. Y en efecto, los datos demuestran que las victorias fueron superiores a las derrotas, que los títulos han sido más numerosos que en épocas pasadas, y que la superioridad, el gen competitivo y el prestigio de este club, dominaría sin oposición por todo el mundo. Pero como viene a ser normal en humanos, me equivoqué.

De Ernesto Valverde no voy a decir nada que no sepáis, y de ciertos jugadores acomodados y encaprichados con sus ambiciones ajenas al fútbol, tampoco. No merece la pena pasar un mal trago por un equipo previsible, sin ideas, sin táctica, sin orden y que depende únicamente de individualidades. Y no nos engañemos, si seguimos viéndoles cada partido es por el enano, por el rubio holandés que tiene nuestro ADN, y por ese portero con alma de centrocampista que se desvive por ser leyenda de una historia de superhéroes. Parece que en este Barça no existe la diferencia entre grupo y equipo. El entrenador se limita a reunir a unos chicos para jugar a la ruleta rusa, el presidente se limita a renovar la plantilla despilfarradamente sin antes analizar las necesidades, y los protagonistas del balón, según la relación personal que tengan, se la pasan o no. Pero esto ya lo he vivido antes.

Salvando las diferencias, ahora mismo me siento en 2007, con algo más de experiencia y queriendo infinitamente más a este club, incluso con margen de ampliar contrato. Por eso me tomo el gustoso tiempo de criticar, exponer lo que me parece mal y proponer soluciones para mejorar. Por supuesto que soy un entrenador más de los millones que observamos el espectáculo a través de una pantalla, pero oye, también estamos en el derecho de aportar nuestro granito de arena, ¿o quedarse callado es la solución? Después de mucho tiempo de gloria, se volvieron a escuchar pitos en el Camp Nou. Pese al conformismo y la mediocridad que nos ha caracterizado estos últimos años, algunos brotes verdes de sentido común rondan por los filósofos de nuestras gradas y defensores a ultranza de los colores, aunque se los pisen en su propia cara. Nada se entiende sin una estatua dedicada a un maestro y un estadio con su nombre si tu compromiso es el de ignorarle. Nada se entiende con la ausencia de meritocracia o la falta de motivación aunque el rival sea desconocido, y lo peor, el respeto perdido por todos los que nos visitan. Ahora pasean por el césped y les damos el placer de hacerse una sesión de fotos sin despeinarse, y con tranquilidad, que la cámara ya la ponemos nosotros.

Por si no se acuerdan, el último año de Rijkaard terminó con pañolada contra el Mallorca de Dani Güiza, con un Ronaldinho en el que no se confiaba ni para vender camisetas, con un Eto´o desconcertado por la imprecisión y pérdida de agilidad, que gracias a un entrenador de verdad supo reconducirse, y con un Deco que opacaba la proyección de un Iniesta que necesitaba despuntar. Esa misma temporada empezó con la mágica incorporación de Henry, con los focos en los ‘cuatro fantásticos’, con la bendición de tener bordado en la camiseta los cincuenta primeros años de nuestro templo. No nos olvidemos de la irrupción del gran Bojan, al que por momentos incluso se le daba las llaves para conducir el Ferrari. Hoy nos aferramos a un chaval de 17 años que genera más ilusión que el galáctico galo al que no se le saca provecho, a un central llamado a ser presidente que se borra de partidos para sus negocios, o a un pivote sin físico no quiere pasar a un segundo plano por la descompensación del equipo, como en su día hiciera Xavi. Y mientras, a dar días de descanso, a no usar tus comodines, a dar síntomas de no tener autoridad ni para resoplar, a mandarles a la grada por un mal partido y suplirles con jugadores que no son naturales de esa posición, o a darles ficha a promesas que ni van a sentarse en el banquillo.

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Carles Puyol agonizado ante los malos resultados de la 2007/2008. Foto: EFE

Los que ya lo veíamos venir jugamos con ventaja sobre el resto, pero nos cansamos de ir siempre por delante y que nunca acabe la carrera. La situación es crítica y la mano dura ha pasado a ser blanda, aunque lo peor de todo es que la comunicación y las explicaciones sean de parvulitos. Ni nos chupamos los dedos ni queremos ser más que nadie, con asumir que un liderato en cada competición no te da privilegios para presumir, basta. Quizás una revolución sea necesaria, quizás tomar aire fresco y limpio sea una obligación, pero ya sabemos cómo empezamos el año, y tenemos en mano las papeletas de saber cómo lo vamos a acabar. Aún estamos a tiempo de no intoxicarnos de 2007.