Dos segundos de posesión. Cinco segundos para escuchar la bocina que conduciría al Barça a una prórroga forzada tras el empate de los israelíes (89-89) en un partido de alto voltaje e idas y venidas en el dominio del luminoso, pero en el que los locales habían presentado un juego superior y solo se veían superados por el puñal exterior de Maccabi durante breves momentos de flaqueza defensiva.
Cuando el Palau ya coreaba y prometía victoria, a un escaso minuto del final, un último arreón de Tel Aviv devolvía las tablas en el marcador ante la grada más incrédula. Ahí apareció él. El muchacho de Morón. El único que, con la sangre fría de un samurái y la autoestima de Cristiano Ronaldo, podía decidirse a probar desde la línea de triple en un momento así en vez de finalizar la jugada combinándose hacia el aro. Y, lo más importante, acertar.
¿Pero a dónde va? Confieso haber gritado mientras grababa desde la tribuna de prensa. El mismo grito ahogado que se extendió por el pabellón, llevándose las manos a la cabeza al unísono, ante esa decisión a cara o cruz. A piedra, papel, o tijera. Lo mismo que se le debió cruzar en el pensamiento a Roger Grimau. Ganas de zarandear a Nicolás Laprovittola quien, en el momento más ‘bufón o leyenda’ de uno de los partidos más importantes de la fase regular, decidió al filo vestirse de leyenda. Qué leyenda.
Le preguntaba al argentino en sala de prensa el día anterior por los factores que afectan a sus rachas de acierto en el tiro, si era cuestión de suerte. Porcentaje que había recuperado con creces, por cierto, el domingo pasado con sus 21 puntos ante Obradoiro tras unas semanas discretas. Me espetó con razón que no era suerte, que era trabajo y afán por echarse al equipo a la espalda cuando más lo necesitaba. Y el día siguiente, en el mismo pabellón, respaldó a lo grande sus palabras con hechos.
Victoria contra los israelíes sobre la bocina, de las que mejor saben, tras la confrontación durante todo el partido entre la afición local y la visitante. Un Palau barcelonista que apelaba siempre que podía al “no al genocidio” y “libertad para Palestina” entre peinetas e insultos de los israelíes, a los que acabaron llamando asesinos, la actividad más recurrente de sus compatriotas estos meses.
Y victoria aupada, además de por el destello de genialidad absoluta del muchacho y el aliento del pabellón, por el talento individual. Un aspecto más necesario en abril que nunca y que alzó al Barça hacia lo más alto de la noche: con la muñeca mágica de Abrines desde el exterior, con los tres triples en un minuto de Jabari, con la persistencia de Da Silva ayer también en ataque.
Los grandes equipos, los grandes jugadores y las aficiones más fieles se fraguan en noches como la de este jueves. Bendito sea el baloncesto.