La Liga es nuestra, el futuro también. Pocos lemas mejores se me ocurren para resumir la temporada del Barça en la competición doméstica. La regularidad y la solidez han sido claves en la consecución del vigesimoséptimo título liguero. Sin embargo, aquello que realmente invita a soñar a los culés es la juventud del equipo y su enorme margen de mejora.

La confianza en los más jóvenes, se hayan formado en La Masía o procedan de otras canteras, lleva décadas siendo la fórmula del éxito del club azulgrana. Durante la ‘era Guardiola’, la filosofía del Barça alcanzó su punto álgido; mientras que promesas como Busquets, Pedro y Thiago rápidamente se dieron a conocer al mundo del fútbol, canteranos que llevaban años siendo importantes para el primer equipo como Messi, Xavi e Iniesta lograron consolidarse como los mejores jugadores del mundo.

Una década después, el fútbol ha evolucionado hasta alcanzar su punto de fusión. Hablamos de un ‘fútbol líquido’ inmerso en constantes movimientos. Precisamente, los jugadores más jóvenes demuestran tener una mayor adaptabilidad a los cambios y las alteraciones que provoca un deporte cada vez más exigente física y mentalmente.

La media de edad del Barça se sitúa en tan solo 25 años. De hecho, es la más joven de los “grandes clubes europeos”, por encima de Milan y Bayern. Esta temporada 2022-2023 hemos presenciado la irrupción de talentos como Balde, Koundé y Christensen, así como la solidificación de diamantes como Pedri, Araújo y Gavi, todos ellos con aún mucho fútbol por delante.

El mérito no es solo de los jugadores, sino también del entrenador; en su primera temporada completa al frente del equipo, Xavi ha sabido identificar las necesidades de la plantilla y ha priorizado su rejuvenecimiento. Apostar por la fuente de la juventud aún en proceso de reconstrucción, de momento, ya le han valido una Liga y una Supercopa de España.

Si analizamos el rendimiento del equipo por posiciones, todos han cumplido con las expectativas, especialmente la defensa y el centro del campo, precisamente las zonas con mayor presencia de sangre joven. En la zaga, Ronald Araújo ha pasado de ser el escudero de Piqué a convertirse en el general de la defensa menos goleada del campeonato en menos de tres temporadas.

Koundé y Christensen, refuerzos de este pasado verano, han encajado como las piezas que faltaban para completar el puzzle defensivo. Una de las mejores notícias de la temporada ha sido el efervescente ascenso de Alejandro Balde. Con el ocaso de Jordi Alba en el horizonte, el joven lateral izquierdo ha pasado de apenas poder disfrutar de minutos a ser titular indiscutible en un mismo año.

En la sala de máquinas, el cambio de sistema con cuatro mediocampistas ha provocado que Pedri, Gavi y sobre todo Frenkie De Jong hayan dado un paso al frente. En el caso del canario, desde su debut en 2020 ya se veía que su impacto iba a ser inmediato. Su ausencia durante el tramo intermedio de la temporada ha sido la que más se ha notado en el juego del equipo.

Gavi tan solo lleva dos años en la élite del fútbol, pero se ha ganado la titularidad demostrando una personalidad y una garra gratamente sorprendentes a tan corta edad. Por último, De Jong ha aportado argumentos de sobra para justificar no solo por qué merecía quedarse, sino porqué debe ser de los pilares del Barça del presente y también del futuro.

La reflexión final que nos permite hacer la primera gran temporada de esta “nueva era” del Barça es la importancia de contar con una estructura de jugadores que no solo entiendan el juego del equipo. La comprensión de los valores y tradiciones del club son vitales para poder encajar no solo como futbolista, sino también como persona humana. En Can Barça no basta con ser solo un equipo; el Barça es más que una familia.