Decía Guardiola que a Messi había que rodearle bien para que siguiese triunfando en el fútbol. Decía Xavi que ellos tenían que llevarle el balón a Messi, no que el argentino la buscara, porque de nada servía tenerle detrás de medio campo y no avanzar. Hoy, ni una cosa ni otra.

Leo es, desde hace más de diez años, el número uno en todo. Su metamorfosis ha pasado por las fases de extremo, falso nueve y mediapunta, aunque ya estemos en el punto de no saber qué posición es la que realmente ocupa. Sigue marcando goles, sigue asistiendo y sigue repartiendo juego. Las Ligas se han ido ganando, pero los partidos trascendentales, cada vez menos. Todo tiene un por qué. La responsabilidad de haber sido la columna vertebral de este club durante tanto tiempo, al final es un problema que acaba facturando el pobre de Leo.

Por una parte, ni los de arriba sabían cómo rodearlo, ni ahora, que se acerca su final, saben cómo afrontar la pesadilla que se avecina. En plena desesperación por jugártela a la carta de la cartera, el Barça buscó en Coutinho, Dembélé y Griezmann, el recambio de un diamante como lo era su amigo Neymar. Bien, pues a día de hoy, dos partes de la ecuación parecen no tener solución, y la otra va trazando el mismo camino. Cambiando de línea, De Jong y Arthur fueron las apuestas para suplir a dos insustituibles como Xavi o Andrés Iniesta. Bien, pues a día de hoy, ni sombra de lo que se esperaba. Y suerte que aún sigue Busquets, otra de las joyas de la corona, que afina, desgraciadamente, sus últimos compases. Asumamos que lo de rodearle no ha estado a la altura, pero… ¿qué remedio hay?

En lo que a la lectura de los partidos se refiere, ninguno de los entrenadores se salva –y con razón-. Ni el Tata Martino, ni Luis Enrique, ni Ernesto Valverde, ni Setién. El plan es Messi, y si no sale, todo se funde en lágrimas, dolor y desesperación. Todo pasa por él. Focos apuntándole cuando gana, pero más le apuntan cuando pierde, aunque sea el que menos culpa tenga. Cuando en Turín, Roma o Liverpool, el diez se apaga, no hay plan. No hay voluntad, espíritu o sacrificio por reactivarle, y sin embargo, es Leo el que tiene que esforzarse en meter al resto de compañeros en el partido. Así no. El Bernabéu ha sido testigo de que los elegidos, viendo al astro en uno de sus peores días, no hicieron nada por darle un simple motivo en el que confiar, como era el mero hecho de dar la cara ante el máximo rival. La conclusión habla por sí misma si ante el eterno rival no das tu 1000%.

Es inadmisible que una planificación tan nefasta esté provocando la desaparición de la dosificación del mandamás en una institución que exige luchar por cada título, y que, además, se mantiene por su estado de ánimo, sin enfocar al resto. Es inadmisible que no le hayan sabido rodear, pero que a los que están, tampoco les obliguen a acompañar. Algún día, Leo dirá ‘basta’, porque aguantar todo el peso del escudo sobre sus hombros, también debe cansar. Cuando el peligro acecha, ninguno quiere saber nada, pero todos acaban lamentándose por el apagón de la estrella que casi siempre suele brillar.