El lunes pasado, Messi recogía su sexto premio dorado después de haber sido, con diferencia, el único extraterrestre en hacer poesía con un balón sobre un terreno de juego. El argentino, que no era reconocido a nivel individual como el más grande desde 2015, bañó en oro al amante del fútbol con la ilusión de seguir en la élite durante algunas temporadas más, lo que, en condiciones normales, se consideraría un regalo caído del cielo, aunque para algunos sonase a tormenta devastadora, como de costumbre. Una semana después, nos damos cuenta de que ni aquella Champions pudo ser la última, ni tampoco se dieron los últimos compases de aquel maravilloso juego que impresionó al mundo con sus triangulaciones, balones al espacio y presión asfixiante.

La victoria en el Wanda Metropolitano fue un hachazo sobre la mesa para demostrar que, pese a seguir sacando matrícula de honor en la asignatura de improvisación, los alumnos aún recuerdan la lección que les servirá para labrar su propio futuro. En el examen de este fin de semana entraba el tema 16 de Mallorca, con sus apartados correspondientes de las mil batallas del león indomable, la histórica gesta de Pinto en las semifinales de copa de 2009, o las pinceladas del Messi japonés, actualizado a última hora. No era una prueba nada fácil, y si no que hablen los de segundo curso, que suspendieron hace algunos meses.

Minutos antes de entrar el profesor por la puerta, última mirada a los apuntes, de reojo. Este era igual de importante que los demás, y quizás, aprobarlo no te daba el privilegio de celebrar, pero sí de seguir. De seguir remando y confiando en la misma dirección para encontrar el camino de la grandeza. Rodeados por esos compañeros que también se alegraban de tus éxitos, que eran fieles en tus fracasos, y que, por encima de todo, preferían seguir compartiendo cada minuto de sufrimiento juntos que disfrutarlo por separados, hasta el final. Ahí estaban ellos, los Frenkie De Jong, Antoine Griezmann, Ter Stegen, Sergio Busquets, Sergi Roberto, Luis Suárez, Ivan Rakitic. Algunos con más recorrido, otros con más experiencias, y destacando, el delegado y capitán de la clase: Leo Messi.

Ese examen había que sacarlo con nota, y no sólo eso, también hacerlo a pluma. Tinta sobraba para escribir y dibujar. Ese pase medido del alemán a la bota del francés, ese cambio de orientación del enano en el borde del área, y esa triangulación rodeado de rivales. Mucho tiempo sin ver algo parecido. Esa jugada, esa joya brillando en una pequeña baldosa, esa delgada línea entre el error y el acierto, ese paso a la gloria. Eso que tanto nos caracteriza, y que tanto echamos en falta. Momentos de nostalgia, de recordar lo que nos hizo feliz, de sentirnos afortunados de lo que vimos y orgulloso de lo que estamos llegando a ver, por momentos. Diez segundos de puro placer, de concentración, de liderazgo, de poder. Por eso vino De Jong, por eso aún organiza Busquets, por eso saca la escopeta Suárez, por eso el número uno de la historia clama al cielo que quiere seguir escribiendo la suya propia con estos colores. Porque si le acompañan, conquistarán lo habido y por haber, sin piedad.

Que por intentarlo no queden ganas, y que el gol sea una simple anécdota si la jugada se lleva todo el mérito. Nuestra filosofía, nuestra identidad, eso es lo que tenemos que celebrar. Por Johan, por Pep, por Xavi, por Iniesta, por Ronaldinho, por Romario, por Rivaldo, por Alves, por los que algún día se atrevieron a convertir el fútbol en arte. Más homenajes como este.