Decepción. Frustración. Dolor. Una vez más, y lo peor de todo, viéndolas venir. No hay mal que por bien no venga, se suele decir; aunque ese bien no quiera llegar. No hay manera de levantar este vuelo sin alas, ni de curar este motor gripado, y es que, teniendo la fórmula, nadie quiere acordarse del placer que daba la solución. Lo cierto es que aquí nos siguen alimentando con falsos rumores, noticias picapedreras del clic fácil, portadas de ex-jugadores y atención innecesaria que juega con el sentimiento de los que partido tras partido aguantan noventa minutos de locura, por muy tóxica que sea.

Nos tomamos con naturalidad lo que ahora mismo está ocurriendo con la marca mundialmente conocida como Fútbol Club Barcelona. Si esto ya lo he vivido antes, para qué preocuparme. Unos diciendo que si Valverde medita irse, otros que si la directiva no está satisfecha, y los jugadores, clamando por sus días de vacaciones. A algunos hasta les ha dado tiempo a organizarse unas escapaditas a Andorra, Sevilla, o a la ciudad del amor. Qué romántico cuando suban fotos a Instagram –en todo su derecho- mientras se nos queda la cara de siempre: la del conformismo adoctrinado. Porque ya no sabemos ni dónde meternos, ni qué más hacer. Ya no podemos dar más la cara por un equipo que no da la suya, por su maldito orgullo. Ya son demasiadas pisadas al escudo, demasiadas manchas al nombre, demasiadas fotografías en una historia compartida con demonios. Ya es el desprestigio, la humillación, la inexistente competitividad, la vida cuando la ves pasar y no saber qué hacer con ella. Para qué nos vamos a esforzar en seguir si aun no estando nada perdido, lo tenemos todo por perder.

Hemos entrado en una década diferente, la del realismo. La de la retirada de Messi, la de la conversión total de la cantera en cartera, hasta tal punto que nuestra propia sangre no descarte cambiar de bando en un futuro, y sí, hablo de Aleñá. Cómo de mal se han de estar haciendo las cosas para llegar a este punto de atracción por la traición. No puedo evitar acordarme de las veces que nos fundimos en la orilla, pero es que ahora sólo pienso en el momento de morir ahogado en mitad del mar. Agonizante, sin escapatoria, y sin nadie que te pueda buscar. Dejas de ser y tu recuerdo desaparece del mapa. Esa es la sensación que marca el fin de esta era casi finiquitada, porque tened en cuenta que aún nos queda el triplete de noches tormentosas. Y sin ver el futuro, sé que será por marzo-abril, a lo justo para hacerse otra escapadita a la feria de Sevilla.

Os lo digo de verdad, me da pereza enfadarme por algo que ya no tiene trascendencia como puede ser Roma, Liverpool, Turín, o la misma eliminación a escala menor de un torneo que no debería haber tenido semifinales, pero teniéndolas, también había que demostrar valía como campeones del trofeo regular que fuimos. Me da pereza saber que volveremos a tropezar en la misma piedra y que taparemos la herida con magia negra. Me da pereza saber que se están desperdiciando los últimos años del mejor de la historia, y que también es parte de él mismo. Porque me duele, pero es inevitable pensar que su círculo no se puede romper con la acomodación extrema en la que viven. Y luego los malos somos nosotros, que únicamente criticamos y no damos oportunidades. De nada vale ese mensaje de unidad al que le han hecho perder valor, y la excusa de siempre, una autocrítica que no hacen ni para su propia ambición como deportistas. Mi temor no son los de arriba, ni los que mueven la pelota, ni el que dice dictar órdenes en el vestuario. Mi temor es reconocer lo que nunca jamás imaginé después de alcanzar la gloria: la adicción al desastre.