Oigo voces. Voces críticas, voces de rabia, voces de frustración, voces sin explicación. Estos últimos años hemos experimentado cambios. Relaciones entrenador y jugadores, entrenador y prensa, entrenador y directiva; jugadores y prensa, jugadores y directiva; directiva y prensa. Cuatro partes, cada uno en su papel, y una influencia irritante que indirectamente se apropia al sector que no entra en la ecuación: la afición.

Nos quejamos cuando sale el sol, cuando no sale, cuando llueve, cuando hace niebla y cuando llega la noche. Cuando se encienden los focos, cuando rueda el balón, cuando se canta gol, o cuando no se chuta a puerta. Cuando se ganan finales, cuando se ganan títulos, cuando se pierde, cuando se remonta y nos remontan. Disparos al aire, miradas perdidas, y un déficit de unión que lo simplifica todo. Luis Enrique, tras su etapa, comentaba el esfuerzo que tuvo que hacer para reconducir una situación inestable que pretendía quemar cada esquina del rectángulo en el que luchaba, mientras al jefe del barco le apetecía dar votos de confianza pese a algún que otro batacazo inesperado. La prensa, poderosa, ambiciosa y egoísta, se iba quemando. No gustaba la comunicación profesional, distante, clara y sin cercanía, como debería ser. Sin secretos, sin mugre que relucir, sin rentabilizar el clic fácil con noticias ‘salseantes’. Siempre se ha resaltado el desgaste de ser entrenador del Barça: caída de pelo, canas, críticas, responsabilidad cuando no se gana. Pero, ¿quién garantiza el crédito del respeto durante la etapa como técnico?

A día de hoy no se sabe ni lo que se quiere. Volver al Cruyffismo, al Nuñismo, al Guardiolismo o al Valverdismo, aunque suene poco convincente. Bloqueo mental y desesperación por hacerlo todo a la ligera. Antes, se restructuraba a la plantilla, ahora es la plantilla quien gobierna las decisiones mediáticas de la junta. Entrenadores que deciden dejar su cargo por no avivar guerras personales ni darles de comer a los grandes altavoces. Todos con su método, con su forma de jugar, e incluso con la de ser. A Guardiola se le mataba por ser el inventor del fútbol moderno; del Tata Martino, que era la marioneta de Messi; a Luis Enrique, que no decía ni los buenos días, y a Valverde… bueno, Valverde es que siempre era amable, un señor, un fantástico gestor de grupo. Y sí, nadie lo discutía, pero es que de verdad, impresionaba su papel como ángel salvaguardador del equipo. Ahora llega el diablo, un tal Setién, hombre mayor que viene con un discurso humilde y trabajador. ¿Desde cuándo se le dan oportunidades a personas que cuidan de sus vacas? Y no las sagradas, obvio. Por favor, el Barça es un club serio, deben pensar los que ladran en su interior.

En tres semanas, al abuelo cántabro sólo le ha dado tiempo a presentarse y poco más. Ni metodología, ni estilo, aburrimiento absoluto. Porque claro, antes, el margen de mejora era eterno, ahora no existe. Se defendía mejor, se sacaba el balón mejor jugado, había más control, y no se perdía fuera de casa. Antes, De Jong y Arthur eran la reencarnación de Iniesta y Xavi, Ansu Fati tenía más gol que Eto´o y Piqué seguía en modo 2010. Y digo yo, si Valverde jamás se equivocó, ¿por qué le echaron? Aquí sale más barato fracasar que intentar aportar. Los tiempos cambian, y ahora se aplaude más el resultadismo que el juego de toque. Los jóvenes huyen para buscar su oportunidad, el triste conformismo se apiada de los que tienen poder de decisión, y los que opinan, escriben con ayudas para no salirse de la raya, como hacía el bueno de Valverde para contentar a todos. Se olvida que la premisa principal es proponer una idea, y a partir de ahí ganar. Acostumbrarse a que te salven partidos zurdazos del diez o paradones del alemán es lo que tiene, que te impide observar lo que hay a tu alrededor.

Pediríamos mucho poder vivir en ambiente de confianza, autocrítica sana, sin intereses, mejorando cada aspecto deportivo y extradeportivo, asumiendo y rectificando errores, sin avergonzarnos. Escuchar, entender, analizar y valorar, sin hacer caso a lo que venga de fuera, un auténtico búnker. Porque es muy fácil ser entrenador o presidente detrás de una pantalla –me incluyo-, lo complicado es mantener la paciencia y explicar las causas y consecuencias. Esta historia ya la he vivido alguna vez, y es una pena que antes de acabarla, hasta los que dicen ser del mismo bando, sepan antes que nadie quién será el único culpable.