De bien seguro que el aficionado del Barça se marchó contento de Montjuïc, no solo porque su equipo cumplió con el objetivo de estar en cuartos de final de la Champions, sino porque, mucho tiempo después, volvió a sacar el orgullo en una gran cita europea. Los de Xavi se contagiaron de un ambiente mágico para superar al Nápoles y convertirse, cuatro años después, en uno de los ocho mejores equipos del continente.

Los jóvenes de La Masia protagonizaron un triunfo merecido de los locales, que pronto empezaron a encarrilar la eliminatoria después del empate de la ida. Inicio eléctrico y superintenso de un Barcelona que encontró en Fermín López la manera de sorprender a los italianos. La titularidad del del Campillo fue la gran sorpresa de Xavi en el once, y acertó de lleno. Fermín interpretó a la perfección lo que pedía el partido, siendo un alma libre por zonas interiores, pero sin olvidarse de su habitual sacrificio defensivo. Una pieza fundamental en el centro del campo, que además tuvo trascendencia goleadora. Fue él quien abrió el marcador tras una gran acción por banda izquierda. De forma casi consecutiva, el equipo amplió el marcador. Por mucho que normalicemos lo extraordinario, no deja de serlo; la conducción de Lamine Yamal en el segundo gol no te la firma cualquier adolescente, y menos en unos octavos de final de la Champions. Después de un sombrero exquisito, se orientó hacia dentro para asistir a Raphinha, que de nuevo asistió, esta vez con la colaboración del palo, a Cancelo.

Pau Cubarsí con el trofeo de MVP del partido en su debut en Champions (FC Barcelona)

25 minutos perfectos del Barça, que se reencontró con su mejor versión. Presión muy bien ejecutada y un ritmo vertiginoso que le hacía casi imposible competir a su rival. Si hay que destacar a un futbolista en este guion idílico, es Pau Cubarsí. ‘cu-cu-Cubarsí’ gritó el Lluís Companys, rendido a una nueva exhibición del central de la casa. Se mostró inquebrantable en el duelo, nada más y nada menos que contra Osimhen, uno de los mejores delanteros del mundo. Lo de la salida de balón es algo bárbaro, pero va mucho más allá de eso. Hablamos de una irrupción pocas veces vista en una posición de altísima exigencia. La frase de Xavi en rueda de prensa lo resume todo: “Cuando tiene el balón mis pulsaciones no suben”, dijo. Pues eso.

Pero, por algo, la Copa de Europa es la mejor competición del mundo. Cuando parecía muerto, el Nápoles logró recortar distancias e igualar el partido. La plenitud azulgrana bajó en el tramo final de la primera parte, aunque en ningún momento perdió la compostura. Esto también va de saber sufrir y competir en los momentos más complicados y el Barça, que últimamente no nos tiene bien acostumbrados, supo sufrir sin perderle la cara al partido en ningún momento. La segunda parte no empezó bien, pero fue inmerso en la incomodidad, cuando asistimos a una de las mejores decisiones que ha tomado Xavi Hernández desde el banquillo en cuanto a cambios en un partido se refiere. Con la entrada de Oriol Romeu y sobre todo Sergi Roberto, el equipo catalán recuperó la energía y volvió a someter al Nápoles. El capitán reapareció de la mejor manera posible y selló unos minutos de categoría con la asistencia para Lewandowski en el tercer gol. Con el 3-1 a 10 minutos del final, el Barça se supo clasificado.

Mucho mérito. El Barça logró el pase a cuartos de final de la Champions sin tres de sus mejores jugadores, con dos chavales menores de edad en el once titular y sin un pivote natural. Alivio en lo económico, porque el club consigue alcanzar el objetivo presupuestado y dosis de orgullo para recuperar, paso a paso, la dignidad europea perdida en los últimos años. A disfrutar del momento, culés.