Montjuïc respira diferente, te hace trasladarte al fútbol de antes en cierta manera por su estética y localización particular. El camino hasta el estadio hay a quien se le hace cuesta arriba y a quien le resulta un paseo. Pecó el Barcelona de confianza pensando que el partido sería igual de plácido que ante sus últimos dos rivales y se le hizo, por consiguiente, más cuesta arriba de lo esperado. Sin embargo Robert Lewandowski se encargó de impedir el mal trago con dos trallazos que revivieron a un equipo que estaba de parranda y al que Joao Cancelo puso la guinda.

Un inicio desconcertante

Xavi orquestó una línea de tres en el centro con Joao Cancelo por dentro, Oriol Romeu y Frenkie De Jong. Si por un lado, el portugués sumaba en la medular, en el lateral el equipo se veía perjudicado y el Celta aprovechaba las contras. Marcos Alonso vio como le ganaban la espalda en más de una ocasión y Jules Koundé basculaba como podía ante la necesidad latente. El equipo de Rafa Benítez, ordenado y consciente de la dinámica azulgrana, saltó sin complejos al campo y demostró devoción por aprovechar cada una de las balas de su cartucho. Fue Larsen quien le susurró a Koundé ‘aquí estoy yo’ y recuperó el esférico para colocar con absoluta precisión el gol de la ventaja en el marcador. A partir de ahí, en un equipo sin amenaza por las bandas, algún chispazo de Joao Felix y poco más. Xavi, absorto ante el panorama, reaccionó sustituyendo a un Frenkie con molestias por Gavi para aportar la garra que le estaba faltando. Oriol Romeu, héroe en las sombras, consiguió rechazar dos balones que tenían candidatura a ser algo más que simples rechaces. El Barcelona centró su juego en cambios de juego, para encontrar una solución inexistente en el atasco del juego interior, sin suerte ni aproximaciones verdaderamente peligrosas.

Joao Cancelo durante el encuentro ante el Celta de Vigo || Foto de Alex Caparros/Getty Images)

Agitar para reaccionar

Si algo no se le puede recriminar al técnico azulgrana es agitar al equipo. Se lanzó a pecho descubierto el conjunto azulgrana con un 3-4-3 que situaba a Cancelo en el doble pivote con la entrada de Araujo como tercer central y Lamine Yamal pegado a la cal de la banda derecha. El Ferran Torres más reivindicativo quiso dar valor a su apodo -tiburón-, pero sin suerte en cuanto a la caza de su presa más preciada, el gol. Las pérdidas de tiempo consumían al aficionado y el conjunto visitante supo aguantar y jugar sus cartas. Joao Cancelo, pese a parecer incombustible, no podía ocultar su fatiga y el Barcelona lo pagaba caro con un equipo descompensado para replegar y defender.

Una ilusión a la que aferrarse

Si algo mantenía al aficionado enganchado eran dos nombres propios. Lamine el primero. Brilla y denota que es una realidad partido tras partido. Cada vez que recibía el esférico, junto a Joao, el segundo, se dejaba oír algo de esperanza. Sin embargo, el guion encaminaría a un final trágico y a priori previsible tras el segundo tanto visitante, sello de Anastasios Douvikas. Con todo y esto hay giros de guion que son mucho más emocionantes y Robert Lewandowski tenía cosas que decir. Fue Joao Felix quien en primer lugar filtró un pase picado de cuento que el polaco transformaría pasándolo por encima de la cabeza de Villar. Y fue también el killer azulgrana quien transformó el gol de la igualada con una certeza abismal. Con el ‘sí se puede’ de la afición y la emoción desmedida por la reacción, Gavi puso el punto final con un centro que Cancelo se encargó de sellar y enviar al fondo de la red. Desde luego hay finales que sí valen la pena.