Un buen número de aficionados reclaman al Barça de Koeman la vuelta al clásico 4-3-3. Desde los tiempos de Johan Cruyff se dejaba entrever que una formación así, adalid del fútbol ofensivo, sería la más adecuada para un estilo como el que el neerlandés asentó en la ciudad condal. Sin embargo, desde hace algunos años, coincidiendo con el declive de la gran generación que nos dio todo, el modelo de fútbol se ha puesto en entredicho.

Después de la final de Wembley, un premonitorio Pep Guardiola ya avisaba de este momento: “Ahora que ganamos, el modelo les parece bueno. Pero no se va a ganar siempre. Entonces llegarán las dudas. Ese será el momento en el que habrá que confiar más que nunca en el modelo”. Efectivamente, Pep tenía razón. Y el Barça ha caído en la tentación.

Guardiola, dando instrucciones a Messi | Getty Images

 

De 2018 a esta parte se ha apostado por varias variantes tácticas, fruto de la entrada en escena de técnicos que nada tenían que ver con el FC Barcelona como Ernesto Valverde, al que le gustaba jugar con un 4-4-2, y sobre todo de la entrada en escena de directivos totalmente desnortados al mando del club.

Ronald Koeman, que obviamente no tiene nada que ver con esto, encontró una plantilla a su llegada que no se correspondería en absoluto con lo idóneo del “modelo”, y apostó, como deben hacer los buenos entrenadores, por adaptar la táctica a las posibilidades que la plantilla le ofrecía. El problema, del que tampoco es Koeman responsable, es que el desequilibrio entre ataque y defensa es irreversible.

En años recientes se había fichado pensando en el potencial mediático de los jugadores más que en su adaptación al club, y esta falta de criterio futbolístico ha presentado sus cuentas ahora, cuando la generación de oro llega a su fin y deja un desierto detrás, con jugadores que no entienden lo que tienen entre manos y una Masia que, en proceso de transición de la sardana a la samba, pide a gritos que alguien enderece el rumbo.

La defensa de 4 es algo que, a pesar de necesitar refuerzos en la actualidad o desplegar matices tácticos para añadir un jugador al mediocampo, es inamovible en el Barça. Ahora bien, de ahí en adelante se divisa el elefante en la habitación que seguirá ahí hasta que alguien, jugador o técnico, mueva ficha. La cola del elefante es que Busquets ya no tiene la capacidad de ser ese “pulpo” que llegaba a todo como pivote único, y necesita a alguien que le ayude a su lado, en este caso Frenkie de Jong. Compartir ese espacio ahoga al ex del Ajax, y le obliga a perder el segmento del campo donde él asumiría todo lo que debe (y se le pide) asumir en el Barça.

La concentración de medias puntas, sumada al problema con el “4” clásico, elimina la posibilidad de incluir más centrocampistas en las posiciones que, precisamente, otorgaban la esencia del fútbol culé. ¿Dónde encajaría Xavi Hernández en el esquema actual? Y en esa pregunta tenemos la respuesta al conflicto con Riqui Puig o Carles Aleñá. Este hecho es preocupante, y expone otro de los problemas principales de la desconexión del primer equipo de la filosofía del club: el Barça tiene un fútbol formativo sin continuidad.

Piqué alzando la Champions de 2015 | Getty Images

Si tu cantera, de la que presumes desde hace décadas, juega a una cosa, y tu primer equipo juega a otra distinta (tanto dentro como fuera del césped), el conflicto es inevitable. ¿Es este hecho reversible? Por supuesto. Pero se debe hacer en el primer equipo, no en toda una organización destinada a formar jugadores para llegar allí.

 

¿Qué supondría volver al 4-3-3?

De entrada, el mero hecho de considerar que De Jong es el relevo natural de Busquets sería suficiente para eliminar uno de los obstáculos principales. Con Frenkie como pivote, con toda la parte de creación a su disposición, jugadores como Pjanic o Carles Aleñá podrían dar esa continuidad en el juego tan característica del “6” del Barça, deshaciendo así el entuerto actual. La tercera posición del mediocampo, la más adelantada, correspondería a Riqui Puig o a Pedri, que haría las veces de su ídolo y referente: Andrés Iniesta.

En el ataque, si imaginamos el 4-3-3, estarían Ousmane Dembélé o Francisco Trincao en la parte derecha, Ansu Fati en la parte izquierda y… Exacto. La cabeza del elefante. Leo Messi ya no despliega su mejor fútbol partiendo de la banda derecha como acostumbraba, sino que necesita una posición más centrada para, reduciendo su esfuerzo físico, seguir siendo igual de determinante. Es por esto que Ronald Koeman ha creado esa posición “a medida” para él, con el añadido de que también es la mejor para Antoine Griezmann y Philippe Coutinho.

El conflicto entre el 4-2-3-1 o la vuelta al 4-3-3 es tan fácil como decantarse por una opción en la siguiente pregunta: ¿Queremos ver a Messi dando lo mejor de sí mismo hasta el final, o preferimos renunciar a él y dar paso a la siguiente generación? Este dilema, nada fácil de resolver, puede terminar bien con el argentino fuera del club o abrazando la nueva disposición táctica un par de años más. La contrapartida de apostar por el argentino, así como por la continuidad de Busquets, es el bloqueo a lo que viene por delante.

El protagonista del anterior párrafo es, por motivos evidentes, Leo Messi en vez de Griezmann o Coutinho, pero la situación es la misma en todos los casos. Estos futbolistas, de talla mundial, no tienen sitio en el modelo del Barça. Coutinho se puede adaptar al extremo izquierdo, Griezmann se puede adaptar al falso “9”, pero son parches para errores previos. Por supuesto que el Barça necesita un delantero centro. Por supuesto que Memphis Depay ahora mismo es más útil de cara a un futuro regreso al 4-3-3 que Griezmann, Coutinho o incluso Messi.

Hay un elefante en la habitación que impide que el 4-3-3 vuelva a ponerse cómodo. El problema es que es un elefante con muchos nombres, al que le tenemos mucho cariño, que ha costado y sigue costando mucho dinero y al que el Barça no quiere (o no se atreve a) echar de la habitación.