Una persona. Un gol. Un instante. Un día. Un lugar. No muere quien es recordado, sino quien es olvidado. Y esa maravilla, permítanme decirles, nunca se irá de nuestras vidas, y menos, de nuestra historia.

Han pasado once años. Todavía sigo con nervios. Cuando escucho la narración de Carlos Martínez, el relato del propio Andrés, o mismo cuando me dispongo a escribir para esta comunidad que le brinda homenaje con cada palabra. Todavía entro a aquel bar con la sensación de pisar el túnel de vestuarios con los veintidós jugadores. Todavía puedo seguir oliendo a caucho quemado, a perfume de adrenalina que se esfumaría en el minuto uno cuando los caballeros comenzaran la batalla. Era un día grande. Pedía un refresco como el que pide un balón para dar unas patadas en el patio del colegio. Necesitaba vivir esa historia que durante todo el día ya me estaba imaginando, y que, ni en mis mejores sueños, hubiera disfrutado. Camiseta amarilla de la buena suerte, y a jugar. A jugar a nada, porque fue el peor partido que vi nunca. Fue el partido donde Dani Alves enviaba centros a la órbita, donde Xavi no era capaz de combinar, y donde ni a Messi se le encendía la bombilla en el mismo escenario que le hizo brillar unos años antes. Pero, nadie contaba con la última.

Me sé la jugada de memoria. Lo que hubiera sido ver a Eto´o controlar bien ese balón, Messi jugándosela y disparando con la derecha, o Iniesta, un habitual referente del camino más complicado, volviéndola a distribuir hacia los pies de Alves. Porque ese fue el resumen del Barça aquella noche, un rondo sin fortuna; una posesión abismal sin acierto, símil a intentar hacer fuego sin oxígeno. Quién nos iba a decir que ese muchacho, que había disparado a puerta una vez en toda la temporada, se atrevería a ser protagonista. Él hubiera preferido hacer el guión de la película, pero sin actuar en ella. Mi teoría es que, desde aquel seis de mayo, alguien le oficializó como el ‘mártir de la felicidad’. No tenía dudas: su carrera estaba diseñada por un auténtico genio de las emociones, y sus secuencias, hechas para unir a personas, ciudades, países, y en el mejor de los casos, para unir al fútbol, un deporte cada vez más enfrentado.

Noventa y dos minutos de decepcionante lujuria, pero un segundo de eterna fantasía. Ni un cuadro de Leonardo Da Vinci pudo iniciarse con mejor color que la postal de las seis coronas en las vitrinas del Camp Nou.