Imagínate que estamos en 2010 viendo y disfrutando a la vez de un equipo que juega de memoria, que maravilla con su fútbol, con sus triangulaciones, con su presión, con su colocación, con su gol, con su particular identidad poética de posesión y cantera. Te das cuenta de que esos jugadores junto al entrenador, por tiempo limitado, dejarán de ser tan buenos, o mejor dicho, productivos. Ley de vida. Esa suerte caída del cielo no volverá, pero, ¿por qué no intentar ir a buscarla? Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña.
Algunos pensábamos que unos años de reflexión servirían para volver a encauzar un nivel que, desde la lógica, no podrá acercarse, pero sí parecerse. Porque sí, llevamos teniendo al número uno desde hace más de una década, aunque algo desaprovechado. Ya nos arrepentiremos cuando no esté, aunque más nos vamos a arrepentir de las inexplicables oportunidades perdidas, porque seguramente no vivamos nada igual. Luis Enrique reunió tres bestias en ataque, de las que sacó una forma inédita y directa de atacar para los puristas: verticalidad. Y nos fue bien. De vez en cuando no está mal confundir a los rivales con tácticas inesperadas, con formaciones que quizás no cuadren con tu filosofía, pero es que el que se pone al otro lado del campo, te lo deja en bandeja. Referirse al estudio y análisis de los objetivos marcados en el calendario es cosa de los que de verdad tienen interés en hacer grande al fútbol. Personalidad, carácter, amor propio. No dejarse gobernar por egos, por invisibles dueños de un vestuario en trámites de extinción. Así hasta que tu era termina, pero apostando hasta el último día por tus ideas.
Ernesto Valverde tradujo su incorporación al Barça como una oportunidad de oro para hacerse eterno. Que había sido jugador del Dream Team, por favor, un respeto. Que tuvo que irse por falta de minutos, un poco de empatía. Era el elegido hasta que puso en práctica sus pasajeros e improvisados pensamientos. Genial, un 4-4-2 que funcionaba, algo había cambiado el hombre. Lo llamaban revolución por ganar una liga invicto, pero sólo era un espejismo de lo que venía después. Sus únicas balas: Ter Stegen y Messi, a los que tres años después, sigue sin darle parte de su sueldo por salvarle el puesto. Dejemos claro de una vez que el estilo del Txingurri es de todo menos Cruyffista. Diría que es un terrible insulto al que ha defendido estos colores con sangre y sudor. Nadie se cree el papel que tiene el extremeño en el Barça. De hecho, nadie sabe cómo está aguantando con esa incapacidad de sobresalir del infierno año a año. Hay maneras de ganar y maneras de perder, pero esa regularidad de hacer las cosas tan mal y además que se lo permitan sin poner en duda su trabajo, es una cuestión que nadie desde dentro quiere atreverse a responder.
No es normal que te gastes en cada mercado una media de 100M€ e invertirlos para que los niños se diviertan en los videojuegos, que es donde le pueden sacar provecho. No es normal que teniendo en cada línea del campo al jugador que más destaca del mundo, hagas inútil su función. No es normal que veas el problema que todos vemos y no seas capaz de darle solución, y encima, te excusas en la previsión. Aquí no nos chupamos los dedos, señor Ernesto. Quizás los que opinamos desde la subjetividad tengamos menos idea de fútbol, pero más sentido común, seguro. Porque si vemos que el equipo no controla el partido con Arthur, Busquets y De Jong, es que algo pasa. Si vemos que Griezmann no participa de extremo porque que destaca más por sacar un balón en área propia, y que Messi no tiene órdenes de buscar espacios, es que algo pasa. Si vemos que el partido es un ida y vuelta constante, y que se necesitan jugadores físicos y de contragolpe, es que algo pasa. El problema no es que tengas un mal día, eres humano. El problema es que el 90% de las veces no das con la tecla, y que únicamente nos demos cuenta los aficionados, que nos ahogamos en la impotencia.
Roma, Anfield, y Praga, por poner algunos ejemplos. La diferencia entre los dos primeros y el tercero, la pegada. Ni con un 4-4-2 ni con un 4-3-3 somos capaces de aprender la lección, de reaccionar. Mejor esperarse a que los de enfrente no tengan el día y ya está. O mejor, nos ponemos a defender sin saber defender, porque para qué vamos a jugar a la posesión si tampoco sabemos dar dos pases seguidos, y ni hablar del contraataque si, aun teniendo jugadores con condiciones para ello, no conocemos el orden corriendo. Como pollos sin cabeza, como mediocres que están aprendiendo a tocar balones por primera vez en su vida.
Por desgracia, en el fútbol mandan los números, y aunque aquí se quiera enseñar que las formas importan, nada interrumpe el descalabro que Europa está haciendo en nuestra historia. Porque sí, está muy bien hacer debutar a un canterano con talla de crack, pero si tu intención es pasearlo para que vea el casco antiguo de las capitales emblemáticas, mejor dejarlo en casa. Está muy bien poner nombres, pero si no rinden, se les cambia. Está muy bien decir que siempre jugamos al ataque y que queremos el balón, pero engañar a millones de personas que están siendo testigos, no es lo más ético. Un poco de autocrítica, de conciencia, de profesionalidad. Porque si algo estamos perdiendo aparte de la ambición, es el miedo que provocábamos en todos los campos, y justo es lo que refleja acabar pidiendo la hora contra un equipo que ha disputado dos veces la Champions en sus más de cien años de existencia. Si viene uno de este nivel y el baile es curioso, no me quiero imaginar cuando venga uno con ganas de humillarnos, aunque en la mentalidad del susodicho habrá un lado positivo, pues ya tendremos un nuevo triplete, el de ridículos.
La manía de encerrarse atrás no es digna de este Fútbol Club Barcelona.