El encuentro duró algo más de 90 minutos, pero la previa empezó hace 3 años. En 2019, cuando el Barça perdió la final de la UWCL contra el Lyon cambió todo, el presente y el futuro de la sección. El año pasado consiguieron su primera Champions en Göteborg, pero no habría sido posible sin el precedente de Budapest. En esta ocasión, lo que vimos el viernes fue la primera parte del desenlace de una historia que comenzó el 25 de agosto de 2020. Ese día, que muchos hemos querido olvidar, el Barcelona fue superior, mereció más y recibió menos, en concreto se quedó a las puertas de una final ante un Wolfsburgo que seguía mirándonos por encima del hombro, porque parecía que aún no estábamos en la misma mesa que los grandes.

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Deudas pendientes

Esa noche, con las manos en la cintura y la mirada cabizbaja, Alexia pronunció una frase que quedará para el recuerdo: “no hi ha distància”, y es que no la había, pero nos faltaba demostrarlo. Después de ese golpe el equipo supo reponerse. El año siguiente levantaron no solo la Champions, sino también la Liga y la Copa. El fútbol les debía una a esas jugadoras que vivieron con impotencia lo sucedido frente al Lyon y el Wolfsburgo, y se la devolvió.

Pero el Barça, aún con ese triplete bajo el brazo, todavía tiene deudas pendientes. Una de ellas podía saldarse este mes de abril contra el conjunto alemán. Las “lobas” tenían armas suficientes para complicarles las cosas, y por ello creo que ni en nuestros mejores sueños habríamos imaginado algo así. Yo estaba sentada en la segunda fila de tribuna, veía a unos pocos metros a las jugadoras, arrastraba la mirada detrás de la pelota viendo cómo se colaba una y otra vez hacia el fondo de la red, y no daba crédito. El Barcelona salió a morder. Salió a desquitarse de esa semifinal. Pisó el Camp Nou con el convencimiento de que era su momento y que no solo no eran inferiores a ellas sino que llevaban dos años mirándolas de tú a tú.

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Las jugadoras del Wolfsburgo ojeaban con impotencia el marcador, no sabían cómo reaccionar en un partido que estaba dirigido por la orquesta azulgrana. Jonatan llevaba la batuta de un equipo que enorgulleció más que nunca al barcelonismo. El Camp Nou volvió a ser el escenario elegido para hacer historia, esta vez con 91.648 personas en la grada. En 2 años se han acortado las distancias para abrir un nuevo capítulo en la historia del futbol femenino, un capítulo que no solo se centra en los títulos, sino en la repercusión que está teniendo una plantilla que soñaba con llevar el nombre del FC Barcelona a lo más alto.

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Objetivo: Turín

Durante estas temporadas hemos sacudido los demonios del pasado y teníamos pendiente cerrar ciertas heridas para poder avanzar. La primera batalla la libraron el viernes, consiguiendo algo que antes parecía impensable: ganar al Wolfsburgo, por goleada, siendo fieles a nuestra manera de entender el fútbol y dejando encarrilada una eliminatoria que, si no se complica, nos llevará a la última parada del trayecto, la ansiada final en Turín.

Es la segunda vez que voy a ver un partido al “templo” y en ambas ocasiones salgo del campo con ganas de más y agradecida por su ambición y el respeto que tienen por el escudo. Esta manera de competir es la que llevó al Barça masculino a lo más alto hace unos años y ahora consigue que jugadoras como Alexia, Hansen o Aitana sean el referente de toda una generación que sueña con ser como ellas y que quiere llevar su nombre a la espalda.

Dicen que quien olvida su historia está obligado a repetirla. Yo creo que ellas han tenido muy claro de dónde venían para saber a dónde querían llegar. Lucieron con orgullo la medalla de plata soñando con que, algún día, la siguiente sería de oro. Lo que no sé si se llegaron a imaginar es que podrían superar el récord mundial de asistencia a un partido de fútbol femenino o que habría gente que se desplazaría desde la otra parte del mundo para verlas a ellas. Y ahora que nos digan que no interesa.